lunes

Breve oda a un rey desaparecido

King George prefiere preguntar a responder. Le gusta saber, pero no que ellos sepan. Ellos son ajenos, en realidad, no les importa, solo quieren saber para herir. Y él teme que corten su integridad, con sus espadas al rojo blanco, ardientes de conocimiento. Dejándole una herida en su oscuro y agitado fondo. Una herida que supura irracionalidad incandescente y que alumbra, desentierra esas cosas pasadas, oscuras, prohibidas...

Y la llaga tarda en cerrar, no por que sea un proceso lento, si no por que duele. Para que la indeseable afrenta sea borrada ha de hervir bajo el Sol que marca el final de los días y silbar aguantando los correosos chaparrones de limón y sal. Y ambas cosas no son del agrado del monarca. Además, le quedará una cicatriz ( a él le gusta pensar que es mágica, como la de Harry Potter) que no despertará al sufrimiento, pero incita al recuerdo.

Y por eso el joven rey se encierra tras el amparo del anónimo flash negro, de nombre Wayne. Esperando poder salir a la luz en otras dimensiones donde el peligro sea menor y donde ellos no lleguen. Algo así como un pequeño planeta de cristal de arsénico que flote, invisible y venenoso, por el espacio sideral.

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